OPINIÓN: Concejal: un cargo popular con responsabilidades poco populares

By on 22 julio, 2025

Por Bernardo Contreras, Psicólogo

Ser concejal es, en muchos casos, un cargo poco comprendido. Desde el proceso de
elección ya aparecen confusiones: papeletas extensas, sistemas de listas y mecanismos de
arrastre que pocos entienden. Así, partimos con una gran distancia entre la ciudadanía y
quienes, al ser electos, representarán sus intereses en el concejo municipal.
Una vez conformado el concejo, sus integrantes hacen el juramento de rigor y se sientan en
la mesa donde se toman decisiones fundamentales para la comunidad.

Pero, cabe preguntarse: ¿sabemos realmente cuál es el rol de un concejal?

¿Qué motivó nuestro voto por esa persona?

Puede que sea nuestro vecino, un dirigente activo, un profesor muy querido, alguien que nos pareció cercano porque compartió mate y sopaipillas, tal vez fue
apoyado por nuestro candidato a alcalde. A veces es simplemente alguien de nuestra línea
política, o una persona que nos ayudó con un proyecto, una canasta familiar, o fue una
sugerencia de alguien de confianza.
Las razones son múltiples, y aunque cada una puede ser válida en lo personal, no deben
hacernos perder de vista lo más importante: quien se postula —y aún más, quien es
electo— asume una responsabilidad que no depende de la simpatía o la cercanía, sino de
algo mucho más concreto: cumplir la ley y ejercer su función con responsabilidad.

Y cumplir la ley no es algo que se pueda elegir según convenga.

Es una obligación permanente, más aún cuando se recibe una dieta financiada con el dinero de todos los chilenos.
El concejal no está para hacer favores ni para “acompañar” la gestión. Su deber es claro:
fiscalizar al municipio, participar en la elaboración de normativas locales y velar porque las
decisiones se tomen con transparencia y pensando en el bien común. Todo lo demás
—inauguraciones, fotos, discursos, visitas a actividades— puede sumar, pero es
secundario.
Este cargo, aunque a veces subvalorado, exige un compromiso ético, moral y legal firme,
incluso si eso implica incomodar a amistades o tensionar la relación con el alcalde o
funcionarios municipales. Porque ser concejal no es un premio a la popularidad, ni un
trampolín para reunir apoyo con miras a futuras elecciones. Quien usa el cargo como vitrina
personal o campaña encubierta está utilizando a la gente y los recursos públicos.
Veamos algunos ejemplos:
Si el profesor de su hijo es amable y simpático, pero se limita a poner películas todos los
días, ¿usted estaría satisfecho? Probablemente no. Esperaría que enseñe, que cumpla con
su rol formador.
Si acude al centro de salud y la doctora se muestra cercana, recuerda su nombre y hasta le
ofrece un café, pero no revisa los exámenes ni entrega diagnósticos, ¿no exigiría que ejerza
su rol profesional con seriedad?
Y si va a una tienda y el vendedor, por más simpático que sea, se dedica a conversar con
sus colegas y no atiende, ¿no reclamaría por un mejor servicio?
Entonces, ¿por qué con los concejales hacemos la excepción? ¿Por qué basta con que
sean amables, sonrientes y populares? ¿Por qué seguimos eligiendo al que grita el gol más
fuerte en la cancha o al que nos regaló un ternero, como si eso fuera garantía de una buena
gestión?

¡No basta con que sean cercanos o carismáticos!

Deben ser responsables, comprometidos, y ejercer su rol con valentía, incluso cuando eso implique discrepar con la alcaldía o con otros funcionarios.

De lo contrario, cada cuatro años seguiremos eligiendo a quien mejor nos cae, pero no necesariamente a quien mejor puede representarnos.
Mi invitación es simple: exijamos más y seamos menos condescendientes, porque ser
exigentes no es ser conflictivos. Es ser ciudadanos conscientes.

Como dice la frase atribuida a Thomas Jefferson: “El precio de la libertad es la vigilancia eterna”.

Y en política local, esa vigilancia comienza con conocer, exigir y evaluar a quienes elegimos, más aún si
no están cumpliendo con su respectivo deber.

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