OPINIÓN: Una deuda pendiente, a propósito de la crisis del Liceo Bicentenario Padre Alberto Hurtado  de Loncoche

By on 18 junio, 2025

Por Alberto F. Velazquez Castro

El 18 de mayo de 1960 el estado declaraba creado el Liceo Coeducacional de Loncoche. Con ese acto culminaba un largo proceso iniciado en 1946 cuando un grupo de vecinos y profesores dieron vida al Liceo Particular Mixto, puntapié inicial de lo que hoy conocemos como Liceo Bicentenario Padre Alberto Hurtado Cruchaga. Destacaban entre esos vecinos Blas Reyes, Calixto Iglesias, Vasco Bustos, Ramona Jara y Benjamín Videla. Ellos inspirados por un espíritu republicano y laico buscaron que Loncoche no quedara ajeno a la idea de una educación pública fuerte como espacio esencial para la construcción de una república democrática. Dicho con palabras de Sol Serrano «en el liceo se buscó que el pasado adquiriera sentido en el presente para la transformación del futuro». Los fundadores entendían que al dar forma al liceo hacían historia y que de esa manera incrustaban a Loncoche en la corriente principal de la época y la sociedad. Es decir, tenían conciencia histórica, conciencia de que se debían formar ciudadanos, conciencia de hacer historia.

Hasta hace unos años cada 18 de mayo era el instante para recordar el espíritu de los fundadores. En dicha ocasión los estudiantes recibían las insignias y hacían una promesa. Este hecho constituía un símbolo del poder que puede alcanzar la tarea educativa; un hito desde el cual interpretar el paso por la educación secundaria. Los hitos y los símbolos dan que pensar. El 18 de mayo de este año fue domingo, por ende, no ocurrió nada semejante; tampoco ocurrió el viernes 17 ni el lunes 19. Nadie dijo nada en el Liceo. No hubo ningún hito, ni tampoco un símbolo; nada ni nadie dio que pensar. Hay una deuda pendiente con los fundadores, deuda que cada día se acrecienta más.

Hay una deuda de la que hacerse cargo. Sin embargo, los hechos indican que la deuda es ignorada. Hasta hoy se pueden identificar cinco ámbitos que a simple vista nos indican el olvido de la deuda: 1) el proyecto educativo, 2) los recursos SEP, 3) los departamentos académicos, 4) el desprecio de la disciplina y 5) la caída en la trivialidad. Al trastornar estos ámbitos, sin proponer algo mejor, se le ha dado la espalda al espíritu de los fundadores. Se nos escapa así la posibilidad de formar ciudadanos para una república democrática.

En primer lugar, se ha producido el cambio del proyecto educativo; se ha reemplazado la misión y la visión. Se han olvidado los principios y valores que sustentaron la búsqueda de la excelencia. Se ha renunciado explícitamente a la formación de ciudadanos. Se ha escogido el camino de la confusión, la incoherencia y el servilismo. Un proyecto educativo cuyas líneas maestras convierten al liceo en un liceo más. En fin, una mezcla de elementos inconexos; un pastiche. Ello, fruto, probablemente, de la ignorancia, la inocencia, la candidez o de cierto carnavalesco espíritu naif. 

En segundo lugar, se ha producido el descalabro de los recursos SEP. Nadie sabe en el liceo en que se gastaron. Lo sorprendente es que ni la dirección sabe, o bien, finge no saberlo. Solo se sabe que, al parecer, hay un saldo negativo. Al no proteger los recursos SEP, quienes dirigen el liceo han dinamitado cualquier posibilidad de hacer algo distinto o diferente a la vulgar y prosaica manera de hacer educación en nuestro tiempo.

En tercer lugar, se ha diluido la distribución del poder académico. De facto se convirtió a los departamentos académicos en fantasmas o en entes imaginarios. Los departamentos son hoy un mero formulismo, no tienen financiamiento, se olvidaron sus proyectos rectores y se les quitó el tiempo necesario para ser unidades creativas que busquen respuestas al desafío de aprender y enseñar.

En cuarto lugar, se desprecia la disciplina, o bien, se le considera una cierta forma de fascismo encubierto. Sin embargo, no toda forma de disciplina es fascista. La disciplina bien entendida es ponerse metas u objetivos y hacer lo necesario para alcanzarlos. Quienes dirigen olvidan la idea de Durkheim: educar consiste en poner límites al infinito, olvidarse de ello nos lleva a la anomia o simple y llanamente a la anarquía.

En quinto lugar, se ha caído en la mera trivialidad por no decir banalidad. ¿Qué sucede cuando aspectos de gestión básica como el aseo o la disponibilidad de las llaves se vuelven foco de conflicto? ¿Qué sucede cuándo te expones por un bono y pasas por encima del consejo de profesores? ¿Qué sucede cuando renuncias a la búsqueda de la excelencia?  Sucede una concepción burocrática de la educación, un mero formulismo para pasar los días.

Muchos son los desafíos que nos impone el presente. El poder de los tecnólogos (los nuevos amos) se extiende hasta nuestras casas y coloniza de forma camuflada nuestra mente. La Inteligencia artificial se convierte en el nuevo mantra y nos crea la ilusión de que ya no es necesario aprender, recordar, argumentar y pensar porque todo está a un clic de distancia. Las repúblicas democráticas corren el riesgo de extinguirse para dar paso a dictaduras encubiertas dirigidas desde silos de servidores informáticos. El ejercicio de la ciudadanía pareciera olvidarse y renunciamos gozosamente a construir repúblicas democráticas. Sin embargo, el liceo ha renunciado (o está renunciando) a formar ciudadanos para una república democrática. En síntesis, el liceo renuncia a la conciencia de hacer historia, renuncia a la transformación del futuro. El liceo tiene una deuda pendiente con los fundadores. Desde el pasado los fundadores nos interpelan.

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